Cuando en Diciembre de 2010 se anuncia tu llegada a la gloriosa camiseta roja de Santa Laura, efectivamente dije para mis más odiosas reflexiones: "Es el hermano malo de Andrés". "El que jugó años atrás en los tanos".
Un desechado más que aspiraba ser refuerzo para un equipo- como el rojo- que soñaba con la vuelta a la Libertadores.
Obviamente estaba haciendo gárgaras con el conocido hincha hispano que todos los que hemos nacido en ese viejo estadio, llevamos adentro: El que jamás está feliz con nada.
Y así, la vida te da bofetadas directas; puñetazos de último round de boxeo, los que te mandan a la lona sin poder pararte.
Debo confesarlo, Diego.
Fuiste mucho más que el hermano de Andrés.
Pasaste a integrar las filas de esos jugadores que son mucho más que varios seres humanos dotados de ciertas habilidades para pegarle duro a la pelota.
Lo tuyo era siempre una enseñanza, una palabra uruguaya al lado del mate, como en esas fogatas adolescentes donde siempre nos estamos confesando ante el ruido del mar.
Diego, flaco, mirarte en la cancha, era verte como un gran mapa, largo, inmensamente largo, colmado de lo mejor que recolectaste de tu patria hermosa:
Uruguay. Montevideo, las murgas, un chivito y el mate amargo.
Caminás por la rambla, ves a las chicas destemplar la tarde con sus piernas hermosas y a las 18.00 en punto comienza a llegar la familia a matear frente a ese río interminable.
O si querés por la noche te paseás por la ciudad vieja y conversás con los veteranos sobre el último gol del "chino", un balazo de Dios, ese tiro libre, para darle ese triunfo memorable al "Bolso" -en el último suspiro- sobre los "carboneros".
Estaremos lejos, Diego, pero aún más cerca.
Yo te recordaré con ese gol que gritaste con el alma de un niño, hace unos meses en nuestro querido Santa Laura.
Te llevaré en mi memoria con esa sutileza con que detuviste a Riquelme en esa noche que no debimos perder en la Bombonera.
Y nunca olvidaré la bandera charrúa sobre tu hombro, en ese Mayo de 2013, donde nos regalaste, junto a otro puñado de muchachos, otra estrella que ya cuelga del cielo de nuestra bella historia.
Porque la palabra gracias, es pequeña con sus siete letras para estrecharte este abrazo.
Anoche, El Pelado, me ha dicho que lo has llamado.
No podía dejar de escribirte y parar mis letras para decirte: ya nos vemos.
Diego, debo confesarlo.
Contigo me equivoqué como un infante.
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