viernes, enero 04, 2008

Bajo la Marquesina de Julio Martínez


No tengo memoria suficiente para el efecto.

Debe de haber sido a los tres o cuatro años de edad que mi padre, bajo la dictadura perfecta de las pasiones, me hizo ingresar de su mano, a la catedral del fútbol chileno, a nuestro "viejo y querido" estadio Santa Laura. Allí, bajo una camiseta roja, aprendí a deletrear bajo el canto de una furia inmensa lo que significaba Unión Española en mi familia.

Fue por aquellos hermosos días de la infancia, en que en ese mismo estadio, y bajo la marquesina divisaba, con no menor temor, a un señor con una extraña cabeza, mezcla de añejo calamar y un bigote cano, que no dejaba de agarrarse los pocos pelos que quedaban en su testa por cada gol que perdía el equipo. Mi padre, ante mis insistentes preguntas por tan curioso personaje, me dijo : "cuidado, es J.M., el primer hincha de la Unión".

Ya con el correr de la vida, pude disfrutar a este personaje a cabalidad. Degusté su pluma sabrosa y delicada. No perdí sus atinados comentarios radiales y siempre fue un orgullo sentir que era el hincha número 1, en todas partes.

Alguna vez, en el otrora café Santos, mi padre nos llevó a tomar té a ese grato lugar. Luego de unos minutos y producto del propio té, bajé al baño. Grata sorpresa aquella, porque mientras orinaba a mi antojo, miro para el lado, (recuérdese que en baño de varones es un tanto incómodo mirar para el lado) y ahí estaba mi viejo calamar, la voz de la conciencia, Don Julio Martínez, pequeño en estatura, en los mismos biológicos trámites que yo, a quien, cual admirador anónimo y con mi diligencia a medio terminar, no pude dejar de saludar y abrazar, ante lo cual don Julio, no dejó de reírse y decirme "...un gusto, para mí también, muchacho..." " Lo que pasa don Julio, es que la Unión Española.....".

De eso hace 20 años.

Hoy, una urna con un hermosa bandera roja lo saluda por última vez. Una multitud sale a la calle a despedir a este hombre que amó la vida como se aman los segundos. Una multitud agradecida por lo que significaba la voz de un padre común, regala pañuelos blancos a diversos sectores.

La calle, las fábricas, los estadios, las universidades, las pérgolas, todos vienen a despedir a este hombre bueno a este viejo que nos enseñó de la justicia divina, de las caravanas de recuerdos vivos, que nos enseñó a recitar un poco más fuerte y con más orgullo las letras y las uvas de este querido Chile.

Porque sólo la voz de don Julio fue capz de resucitar a los muertos que siempre dejamos enterrados en el patio trasero. Fue capaz de traer la misa de las cosas cotidianas cada mañana con una palabra amiga y solidaria. Yo lo recuerdo así, como un abuelo gentil y sabio.

Nos vemos J.M. Más tarde nos encontraremos en el estadio, o en la radio, o en un café o en el corazón de cada chileno....O-ele con e.....OLé....O-ele con a......Ola.....

Hasta siempre.